
Por Juan Manuel Rodríguez Acevedo
Doctor en Estudios Políticos. Profesor de Tiempo Completo, Universidad de Ibagué
La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), impulsada por el gobierno de Xi Jinping desde 2013, es un ambicioso proyecto de cooperación económica global que busca conectar Asia con África, Europa y América Latina mediante inversiones en infraestructura, expansión del comercio y mecanismos de financiamiento. En los últimos años, varios países latinoamericanos —entre ellos Argentina, Venezuela y Chile— se han adherido formalmente al proyecto. Hoy, Colombia se enfrenta a la decisión de sumarse o no a esta iniciativa.
El presidente Gustavo Petro ha expresado en diversas ocasiones su interés en avanzar hacia un acuerdo de intención que facilite la incorporación de Colombia a la BRI. Acuerdo que finalmente sería celebrado el día 14 de mayo de 2025 en China y que, pese a no ser vinculante, es, sin duda, una apuesta con implicaciones geopolíticas profundas, que podría generar beneficios importantes, pero también acarrear riesgos sustanciales.
En este contexto, pueden considerarse dos escenarios complementarios: uno, desde la perspectiva de las posibles ganancias, y otro, desde la óptica de las potenciales pérdidas.
Lo que Colombia podría ganar
En primer lugar, destaca la posibilidad de acceso a inversión en infraestructura. China ha financiado obras clave —como puertos, ferrocarriles, autopistas y plantas de generación de energía— en diversos países de la región. Colombia, que enfrenta un déficit estructural en infraestructura logística, podría beneficiarse significativamente, cerrando brechas históricas y mejorando su competitividad en el contexto global.
En segundo lugar, la adhesión a la iniciativa permitiría diversificar las relaciones comerciales. La reciente crisis comercial de febrero con Estados Unidos reveló la alta dependencia de Colombia frente a ese país, que representa cerca del 30 % de su balanza comercial. Un acercamiento estratégico a China podría mitigar dicha dependencia y facilitar la apertura de mercados para productos no tradicionales. No obstante, este proceso debe ser gradual y cuidadoso, evitando deteriorar la relación con Estados Unidos.
En tercer lugar, la participación en la BRI podría ofrecer a Colombia nuevas fuentes de financiamiento, especialmente atractivo para gobiernos que enfrentan restricciones fiscales. A diferencia de los organismos multilaterales tradicionales, China suele ofrecer préstamos con menos condicionamientos políticos, lo cual representa una opción alternativa para impulsar proyectos de gran envergadura.
Lo que Colombia podría perder
No obstante, el ingreso a la BRI no está exento de riesgos. El primero de ellos es el aumento de la dependencia financiera y tecnológica. Diversos países que se han integrado a la iniciativa han terminado altamente endeudados con China, lo que ha generado tensiones internas y cuestionamientos sobre la sostenibilidad de tales compromisos.
En segundo lugar, se debe considerar el impacto que esta decisión podría tener en las relaciones con Estados Unidos. Colombia ha sido históricamente uno de sus aliados estratégicos en América Latina. Un acercamiento visible a China podría interpretarse como una señal de desalineación geopolítica, con consecuencias negativas en ámbitos como la cooperación militar, la seguridad regional y el acceso preferencial a ciertos mercados.
No es casual que, recientemente, el enviado especial del Departamento de Estado, Mauricio Claver-Carone, haya declarado: “El acercamiento del presidente Petro con China es una gran oportunidad para las rosas de Ecuador y el café de Centroamérica”, una frase que pone de manifiesto el riesgo de que Colombia pierda terreno frente a competidores regionales si su relación con Washington se enfría.
¿Es posible un equilibrio?
La pregunta no debería ser si Colombia debe o no acercarse a China, sino cómo hacerlo con inteligencia estratégica. En un mundo globalizado, la inserción económica no puede depender de alianzas exclusivas. Colombia necesita diversificar sus relaciones internacionales sin comprometer su soberanía, sus estándares institucionales ni su vínculo histórico con Estados Unidos.
El verdadero desafío consiste en diseñar una política exterior pragmática y de largo plazo, que permita aprovechar las oportunidades que ofrece China, sin romper los puentes construidos durante décadas con Washington. Este equilibrio requiere visión de Estado, no cálculos cortoplacistas. El Gobierno colombiano debe actuar con diplomacia y precisión, entendiendo que en el actual escenario internacional cada decisión geoeconómica también es una declaración política.