Tras 10 años de espera, se abre un nuevo capítulo para el deporte tolimense con la reinauguración de las Piscinas Olímpicas Hernando Arbeláez Jiménez.
Los años setenta marcaron el inicio de una era dorada para el deporte en Ibagué con los IX Juegos Nacionales de 1970, evento que catapultó a la ciudad como referente nacional y dejó como legado la Unidad Deportiva de la Calle 42, incluyendo las emblemáticas Piscinas Olímpicas Hernando Arbeláez Jiménez. Este complejo, construido para competencias de alto nivel, albergó incluso el Sudamericano Juvenil de Natación en 1997, pero décadas de abandono lo convirtieron en símbolo de promesas incumplidas.
Tras intentos fallidos en 2018 (29% de avance) y múltiples licitaciones desiertas por riesgos técnicos, en 2022 se reiniciaron los trabajos con pruebas que revelaron graves fallas estructurales en los cimientos, obligando a demoler y rediseñar parte de la infraestructura. La alcaldesa Johana Aranda asumió el reto en 2024, acelerando diez frentes de obra simultáneos para superar el estancamiento.
Este viernes, las piscinas olímpicas de la calle 42 volvieron a llenarse de vida y esperanza. Alexander Castro, secretario de Cultura y Turismo, asistió a la ceremonia de inauguración de este renovado escenario, como gobernador (e) quien ha considerado que está entrega es el mayor acto de desagravio hacia los deportistas del departamento.
“No soy de Ibagué, pero los felicito y me llena de orgullo que le inviertan tanto a un escenario como las Piscinas Olímpicas, para la práctica de diferentes modalidades como los clavados o la velocidad, espero competir en Ibagué”, precisó para la Voz del Pueblo Miguel Tovar, Selección Colombia de Clavados.
En un evento que comenzó con un desfile, la alcaldesa Johana Aranda entregó oficialmente las nuevas piscinas de la calle 42, completamente remodeladas y listas para recibir competencias nacionales e internacionales.
Además de representar un espacio para el alto rendimiento deportivo, las piscinas de la 42 significan memoria, identidad y emoción. Allí crecieron generaciones de deportistas: algunos llegaron a competir en grandes ligas; otros solo aprendieron a nadar o vivieron sus primeras clases recreativas. Era un símbolo de la ciudad. Por eso, su abandono marcó tanto y su recuperación hoy es motivo de orgullo colectivo.
El camino para reconstruir este complejo no fue sencillo. Las piscinas se siniestraron dos veces, los contratistas iniciales se negaron a continuar la obra y los problemas jurídicos paralizaron durante años cualquier intento de reactivación.