En un giro inesperado en medio de la devastación provocada por el terremoto de magnitud 7,7 que golpeó Birmania el pasado viernes, el rescate de una mujer que sobrevivió 91 horas bajo los escombros se ha convertido en un símbolo de esperanza para una nación sumida en el dolor. Mientras las cifras oficiales de fallecidos superan los 2.000, con el Gobierno de Unidad Nacional (NUG) reportando hasta 2.418 víctimas, la comunidad internacional observa con preocupación la situación en el país.
Las labores de rescate han sido complicadas por la destrucción de infraestructuras y la violencia persistente en las regiones de Sagaing y Mandalay, donde continúan los enfrentamientos entre las fuerzas armadas y grupos opositores. A pesar de estos obstáculos, los equipos de rescate, con el apoyo de rescatistas de China y Rusia, han logrado salvar a varios sobrevivientes, incluidos un niño de cinco años y una mujer embarazada.
La enviada especial de la ONU para Birmania, Julie Bishop, ha instado a un alto al fuego para facilitar la llegada de ayuda humanitaria, mientras que actores humanitarios piden a la junta militar que agilice los permisos para el personal especializado en emergencias. Sin embargo, la falta de acceso a la información y la denegación de entrada de prensa extranjera han dificultado la comprensión de la magnitud real de la tragedia.
A pesar de la adversidad, el pueblo birmano sigue mostrando resiliencia y solidaridad, apoyando las operaciones de rescate con la esperanza de encontrar más sobrevivientes en medio de esta crisis humanitaria sin precedentes.